sábado, 27 de octubre de 2012

Democracia ilustrada

Traducción de Democràcia Il·lustrada

Cuando en secundaria nos contaron la historia del siglo XVIII (entonces se daba la historia de verdad y no el adoctrinamiento socialista o catalanista de hoy en día) nos hablaron del Despotismo ilustrado con su Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. El rey y los gobernantes tomaban las decisiones pensando en el pueblo, pero no contaban con él para tomarlas.

Al buscar un título para lo que quería comentar en esta entrada, me he dado cuenta de que nos pasa algo parecido hoy en día. Los parlamentos, tanto el estatal como los autonómicos han ido tomando distancia de la sociedad y, si bien se nos dice que todas las decisiones se toman en clave del beneficio común del pueblo, lo más común es que el pueblo no se sienta beneficiado por las decisiones tomadas. Así pues, todo se hace para el pueblo, pero el pueblo sólo puede su opinión una vez cada cuatro años. ¡Y ni siquiera del todo! Sólo se pueden lograr cambios importantes desde dentro de la estructura de los grandes partidos.

La ley de Hondt penaliza a los partidos pequeños, facilitando la formación de mayorías absolutas. Por ejemplo, hoy en día el PP tiene una mayoría absoluta muy holgada, con 11 escaños por encima de la mitad del parlamento. En cambio, no llegó al 45% de los votos válidos y quedó por debajo del 32% del censo. De hecho, el PP ganó a la abstención por un millón cien mil votos y por ochocientos mil votos si sumamos abstención y votos nulos. De acuerdo, tenies razón. La abstención y el voto nulo no son una fuerza política. Se mezclan pasotismo, desencanto, abstención militante, impotencia a la hora de escoger y muchos otros factores. Pero a veces parece a los grandes partidos ya les va bien dejar fuera del sistema a casi un 30% del censo electoral.

Así, nuestro sistema parlamentario desbanca directamente los partidos más pequeños. Y también acalla las voces discrepantes dentro de los grandes, mediante la disciplina de voto. Dado que las listas son cerradas, un diputado no está legitimado a votar en contra de lo que marque la dirección de su partido, porque no puede alegar que le votaron a él, ya que no había la posibilidad de desmarcarlo. Así, la única justificación sería que el partido tomara una decisión en contra del programa que hubiera presentado en las elecciones correspondientes. Por tanto, la única manera de conseguir que una política determinada se aplique es entrando en un partido grande y ganando posiciones dentro de su estructura. La otra posibilidad, cuando no hay mayoría absoluta, es hacer de bisagra pero, como las de verdad, es fácil pillarse los dedos. Así las cosas, no serían necesarios más diputados que un por partido y los que se necesitaran para las diferentes comisiones. Cada uno podría votar por el número de escaños que le hubieran correspondido y el resultado sería el mismo.

¿Cuál es el resultado de todo esto? Los partidos con capacidad de gobernar, son amalgamas que deberían corresponder a cuatro, cinco o más partidos reales, y que se han aglutinado para conseguir la fuerza para ganar. El PP recibe votos de centroderecha, neoliberales, cristianodemócratas, de herederos de la tecnocracia franquista y, seguramente, voto útil de derecha más extrema. El PSOE comienza por la centroizquierda, la socialdemocracia, antiguos comunistas que se han ido moderando y voto útil de izquierda más radical. Y todo este voto termina mezclado en una política que se decide en función de los equilibrios de fuerzas que se generan dentro de estas máquinas de hacer política. Evidentemente, la que hacen no acaba de contentar a nadie y, por tanto, cada cuatro años deben venderse a un electorado que, muy a menudo, los compra por eliminación, más que por convencimiento.

Se dice que la mayoría absoluta es buena porque el partido que la tiene puede desarrollar su política sin tropiezos. Pero no es única, ya que los obstáculos acaban surgiendo de las corrientes internas de los grandes partidos que, dada la poca democracia interna con que funcionan (no hay elecciones primarias para elegir a los candidatos, por ejemplo), supone un control mucho más bajo por parte de la población, que un parlamento constituido por muchas formaciones más pequeñas pero más cohesionadas.

Así las cosas, me cuesta mucho convencer a un joven de veinte años de que es mejor votar que quedarse en casa. De hecho, casi se puede considerar un éxito que vaya a emitir un voto nulo de desacuerdo con el sistema, que quiere decir que aún conserva la esperanza de cambiarlo, de construir uno nuevo que le incite a ir a votar.

Como lo montaría yo si de mí dependiera? Pues, totalmente proporcional, de forma que cada matiz que se considerara suficientemente importante como para distinguirse del resto, podría presentarse, sin tenerse que diluir para llegar a tener representación. Y tendría la que le correspondiera según la gente que le hubiera dado su confianza. Además, si las listas fueran abiertas, se votarían personas concretas que realmente tendrían legitimidad, y podrían tomar las decisiones que consideraran más correctas para lograr su programa. Ellas serían las que terminarían respondiendo personalmente. Habría que ir encontrando acuerdos para salir adelante y cada uno se sumaría a las iniciativas que considerara correctas. Pero los ingredientes de este cóctel se habrían elegido de manera democrática, y no dentro del laberinto de la estructura de un partido.

Y como se puede llegar a cambiar el sistema para acercarlo a un modelo más representativo? Habrá que cambiar muchas leyes. Y las tendrán que cambiar los que están instalados en ellas. Esto sólo se puede hacer creando un partido transversal con el único objetivo de alcanzar una mayoría suficiente para abrir un nuevo proceso constituyente, libre de la tutela del poder establecido en la actualidad. En Islandia lo están abordando. Ellos son poquitos y aquí será mucho más difícil. Pero la alternativa de quedarnos viendo cómo nos toman el pelo es devastadora para la democracia, ya que irá aumentando la abstención, hasta que algún general más concienciado de la cuenta nos rescate de nosotros mismos y nos conduzca a una nueva versión del despotismo ilustrado, lo que Mayor Oreja describe como una "situación de extraordinaria placidez".

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