jueves, 22 de noviembre de 2012

Gestión pública, gestión privada

Traducción de Gestió pública, gestió privada

Como respuesta a la entrada Cómo salir de la crisis... y caer en las brasas recibí el comentario de una amiga. En él incluía sus reflexiones y me pedía que las plasmara en una nueva entrada. Como era el primer encargo que recibía, me hizo ilusión y puse manos a la obra. La verdad, sin embargo, es que esto de los encargos cuesta más de lo que parece y he tardado en publicarlo mucho más de lo que esperaba.

Lo que ella me decía es que la gestión pública tiene un lastre que es muy difícil de superar y que va ligado a la manera de ser de los humanos: la dificultad que tenemos de sentir lo público como algo propio y no malgastarlo. A menudo en la gestión pública hay una falta de eficiencia y de afán por el trabajo bien hecho. Estos aspectos, aunados a la gran necesidad  que tenemos de reconocimiento del trabajo (en positivo para incentivarnos o en negativo para presionarnos), le restan mucha eficacia en la gestión pública.

También según el comentario, la gestión privada sin ánimo de lucro hace disminuir mucho gasto, y más teniendo en cuenta que la presión para mantener el contrato puede hacer que se acepten con resignación los posibles retrasos en los pagos, por ejemplo. En este caso tiene la ventaja añadida de que los gestores públicos se ahorran el papel de malo de la película con el personal, ya que depende del gestor privado. Así pues, estos motivos pueden justificar el uso de la gestión privada si lo que prima es la reducción de gasto.

Hasta aquí lo que he interpretado yo del comentario recibido. Es un punto de vista que creo que está basando extendido y refleja problemas de la gestión pública que vienen de muy lejos. Por ejemplo, el hecho de que sea tan difícil echar a un funcionario que ha ganado una plaza en unas oposiciones hace que haya un porcentaje que se acomoden, aporten una buena dosis de cara dura, y no hagan su trabajo. Pero esto no es patrimonio exclusivo del sector público. Un libro como El principio de Peter, que sostiene que todo el mundo asciende en el seno de una jerarquía hasta llegar a su nivel de incompetencia, o cómicos como los de Dilbert con sus personajes de oficina, no hacen referencia al sector público exclusivamente, sino que principalmente hablan del privado. En todas las estructuras pueden enquistarse elementos.

El segundo aspecto muy ligado al primero. La presión y el maltrato (por ejemplo no pagando a tiempo) es más fácil si quien está llevando a cabo la gestión es privado, por el propio miedo a la competencia. Entrando en el juego del libre mercado, de la selección natural, los más competitivos son los que se llevan la presa. Además, hay un efecto psicológico que coloca el proveedor en una posición de indignidad ante el contratante. En un viaje a Cuba tuvimos oportunidad de hablar con un cubano que había vivido un tiempo en España. Nos comentaba que una de las cosas buenas que encontraba al régimen de Castro es que les había inculcado la dignidad en el trabajo, que no se podía aceptar cualquier tipo de trato. No sé realmente cuán cierto es eso en el caso cubano, porque no lo conozco lo suficiente. Pero lo que está claro es que la máxima capitalista El cliente siempre tiene la razón (que puede extenderse al patrón ya que se convierte en cliente al pagar por unos servicios) no favorece la dignidad del proveedor o empleado.

Es cierto que nos cuesta sentir como propio lo público (algunos lo sienten tan propio que se lo quedan, como Fèlix Millet, por ejemplo). Pero aún es más difícil sentir como propio lo privado (a menos que seamos accionistas de la empresa donde trabajamos). Hay muchos trabajadores del sector público, sobre todo en sectores más vocacionales, que sí tiene ese sentimiento. De hecho, yo creo que el sector público puede aportar un factor esencial y es que el objetivo final no es hacer dinero sino prestar un servicio. Este también puede ser el objetivo de una empresa privada, pero no lo es en muchos casos, y el número va decreciendo a medida que aumenta el tamaño de la empresa. Así, grandes estructuras privadas que no tengan ánimo de lucro son casi impensables. ¿Os imagináis una empresa del sector energético que se presente a una junta de accionistas aportando como gran éxito que han dado muy buen servicio a sus clientes, y que por eso este año no repartirá dividendos? En cambio, sería absurdo que el equipo gestor de un hospital público presentara su balance como un éxito por tener un superávit en sus cuentas, a costa de haber aumentado el tiempo de espera en las listas de intervenciones.

En cuanto al trabajo bajo presión, es una técnica. De hecho es el mismo principio que nos ha llevado a la desregulación de los mercados financieros, alegando que las diferentes fuerzas irán estableciendo unos equilibrios y se autorregularán. Al final acaban siendo los poderosos los que marcan las reglas del juego. Y los de abajo seguramente acaban pasando por el tubo. Pero no lo sienten suyo, no trabajan por convencimiento, sino por un equilibrio de necesidades. Y en el fondo, se sienten más que legitimados a engañar siempre que puedan, porque se saben maltratados. Si un cliente o un jefe está todo el tiempo exprimiendo al máximo, la reacción más probable del proveedor o trabajador será engañarlo cuando tenga oportunidad, como respuesta al maltrato que recibe.

En definitiva, creo que es bastante cierto lo que me comentaba mi amiga, que la gestión privada puede llegar a ahorrar dinero, pero no veo que sea una solución sostenible. Creo que hay que tomar la flexibilidad de una gestión privada, pero los objetivos y la dignidad de una gestión pública. Es posible que hoy en día no tengan sentido unos funcionarios blindados a los que se les permita todo. Pero cuando se trata de prestar unos servicios que estamos manteniendo entre todos, no es lícita una gestión privada encaminada a ganar dinero, sino que el objetivo deben ser los servicios, y la transparencia debe ser absoluta.

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