viernes, 2 de noviembre de 2012

¿Y si lo básico fuera público?

Traducción de I si el bàsic fos públic?

Hoy en día todo el mundo está de acuerdo formalmente en que el estado del bienestar es una buena cosa. Es cierto que hay partidos políticos y otras fuerzas más o menos oscuras que se lo están cargando, pero la excusa que ponen los ejecutores de este sistema es que no tienen más remedio, que es inevitable, que si por ellos fuera no lo harían. Ahora bien, este estado del bienestar consiste, básicamente, en una sanidad y una educación públicas, en unas pensiones de jubilación y en unas ayudas para amortiguar los golpes que puedan recibir los elementos más desfavorecidos de la sociedad (enfermos, parados, minusválidos, personas en riesgo de marginación, etc.).

Si nos lo paramos a pensar hay dos líneas bien diferenciadas dentro de este estado del bienestar. Por un lado, la educación, la sanidad y las pensiones son elementos que todos usamos y que se pretende que sean de calidad, no de beneficencia. Los niños no van a la escuela pública porque no se puedan pagar una escuela privada, ni usamos la sanitario público porque no nos da para pagar una privada (de hecho, en cosas realmente serias, es recomendable acudir a la pública). Las pensiones se pretende que sean suficientes para mantener a los jubilados, y no un recurso al que acudir si no hay más remedio. Otras coberturas, como el paro o los distintos subsidios están pensados ​​para parar golpes, como recursos más o menos temporales para proteger a los más desvalidos.

Antes de que se implantara el estado del bienestar en algunos países, cualquier tropiezo te podía echar del tablero. Si perdías el trabajo tenías que disponer de ahorros para seguir adelante. Y muy a menudo no disponías de educación, sanidad o posibilidad de jubilación, a menos que hubieras ido ahorrando. Los estados comunistas fueron más allá, poniendo en común todos los bienes y garantizando unos mínimos para todos, incluyendo la comida, la vivienda, etc. Pero lo hicieron a costa de cortar la iniciativa individual, de dejar que fuera el estado quien decidiera cual era el papel de cada uno. El estado del bienestar, en cambio, es una propuesta sufragada por todos de manera proporcional a sus posibilidades, pero paralela a la iniciativa privada, con la que convive.

Dejemos reposar un rato este preámbulo y centrémonos en qué elementos son básicos, cuáles deben garantizarse en primer lugar. La sanidad y la educación lo son, sin duda. Todo el mundo debe poder acceder a ellos, aunque no disponga de recursos. Pero aún es más básico disponer de alimentos, agua potable, vivienda y energía. De hecho, si tuviera que ordenar estos 6 elementos de más vital a menos yo los pondría así:
  • Alimentos
  • Agua potable
  • Vivienda
  • Energía
  • Salud
  • Enseñanza

Todos son muy importantes, pero los dos primeros son vitales y los dos siguientes son necesarios, aunque estamos sanos, si nos tenemos que guardar del frío, por ejemplo. La sanidad pública es la que nos permite vivir más años y con una mayor calidad y la enseñanza pública hace posible que la democracia sea real, al equiparar las oportunidades de desarrollarse de todo el mundo. Dejar en manos privadas exclusivamente estos seis pilares fundamentales es muy peligroso, porque hace posible la especulación sobre elementos vitales, especulación de la que no podremos escapar al ser bienes imprescindibles.

Ya hace unos años vimos como las grandes infraestructuras de energía se privatizaban. Y pasaron de ser un servicio público a una máquina de hacer dinero, con la correspondiente degradación de la red eléctrica por falta de inversión, por ejemplo. Ahora quieren hacer lo mismo con la distribución de agua potable y el resultado será similar, previsiblemente. Los alimentos se han convertido estos últimos años en objeto de especulación a gran escala, acaparando stocks para hacer subir los precios y creando fondos de inversión que apuestan sobre la cotización de alimentos básicos. En el caso de la vivienda nos ha protegido el artículo 47 de la Purísima Constitución, que nuestros dirigentes cumplen al pie de la letra, que sino seguro que hubiéramos acabado con una burbuja inmobiliaria descomunal.

La sanidad y la educación no son terreno abonado para la especulación, porque tenemos la opción pública de calidad. Cuando consigan acabar con lo que queda del estado del bienestar, entonces aparecerán nuevas oportunidades de negocio para los mercados, estos simpáticos animalitos que nos están haciendo la vida imposible a todos. Pero los mercados no son una plaga bíblica, sino una pantalla detrás de la que se esconde todo un negocio basado en el dinero como producto, basado únicamente en la especulación, en obtener ganancias sin producir nada, jugando simplemente con el valor de las cosas ya existentes.

Así pues, debería haber un control público de los alimentos, el agua potable, la energía y la vivienda, para evitar la especulación. Pero ¿y si fuéramos un paso más allá? ¿Y si incluyéramos estos servicios dentro del estado del bienestar? ¿Y si todo el mundo, por el hecho de nacer, tuviera acceso a una cantidad suficiente de alimentos, agua y energía y a una vivienda digna? No digo que todo esto fuera únicamente público, sino que se equiparara a la sanidad y la enseñanza del estado del bienestar. Podría haber versiones privadas más sofisticadas, más cómodas, más lujosas. Pero las públicas no serían provisionales o de beneficencia, sino una opción viable a largo plazo.

¿Qué se conseguiría con ello? Resolver el problema del paro, pero no eliminando el paro sino haciendo que dejara de ser un problema. Muchos planteamientos actuales tratan de recuperar el crecimiento económico, reactivar la economía y el consumo, y que todo ello genere nuevos puestos de trabajo. Pero la realidad es que ya no necesitamos la misma cantidad de mano de obra que antes. Muy a menudo, nos acabamos inventando trabajos que acaban siendo perjudiciales (véase Ganarse la vida para una explicación más detallada). Así las cosas, el descenso de los puestos de trabajo disponibles es imparable, en mi opinión. Lo que hace falta es que adaptemos nuestra sociedad a esta nueva realidad, en lugar de seguir funcionando con unos paradigmas que nos acabarán eliminando como especie sobre el planeta.

Pero si dejamos de hablar de subsidios y nos planteamos lo que es básico como un servicio público, la opción de vivir con lo indispensable se convertiría en una alternativa liberadora. Un despido no supondría un drama. Seguramente desaparecería el trabajo fijo, menos en casos muy concretos en que fuera imprescindible. La gente iría trabajando por temporadas para ir ganando dinero extra y luego pasaría épocas fuera del mercado laboral. Pero el hecho de no tener trabajo remunerado no implica estar inactivo. Muchos de los jubilados prestan una ayuda impagable a los hijos y nietos, o participan en actividades de voluntariado. Si alguien tuviera un proyecto en la cabeza, podría dedicarse a desarrollarlo sin tener que depender de un trabajo que le tomase buena parte del tiempo. Favorecería que la gente pudiera desarrollar su vertiente artística. Se podrían crear más productos gratuitos, como por ejemplo software libre. La piratería dejaría de ser un problema ya que los autores se podrían mantener sin depender de cobrar por sus obras.

No habría trabajos inútiles e indignos, porque nadie los quiere hacer y nadie tendría necesidad de cogerlos. Los trabajos más valorados serían los que realmente deben ser: los más pesadas o difíciles. Seguramente se realizarían durante tiempos cortos para ahorrar dinero y poder estar más tiempo sin depender de los ingresos.

Está claro que todo este planteamiento podría provocar que mucha gente se relajara y viviera sin ningún tipo de actividad. Habría que encontrar un equilibrio entre que este nivel básico fuese insuficiente y que fuera demasiado abundante. Si fuera insuficiente, no sería una opción viable y quedaría como un refugio, como beneficencia, convirtiéndose en un gueto marginal. Si fuera demasiado abundante, podría resultar desmovilizador, al tener todo resuelto sin tener que hacer nada. La clave creo que está en que la iniciativa particular siguiera siendo el motor de los avances, mientras que la cobertura pública marcara un mínimo que consiguiera evitar la pobreza.

Esta garantía de los mínimos habría extenderla a todo el planeta. No sólo porque es la única opción justa, la única que evitaría que la riqueza de que disfrutamos se base en la pobreza de otros pueblos, sino también para conseguir que nadie se vea obligado a abandonar su país para subsistir.

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