miércoles, 30 de enero de 2013

Los patrones y el azar

Traducción de Els patrons i l'atzar

¿Conocéis el Kapla? Se trata de un juego de construcciones espectacular por su sencillez. Las piezas de madera que lo componen tienen todas la misma forma: son listones rectangulares con las proporciones 1:3:15. Para montar los modelos, se colocan simplemente unas encima de las otras, sin adhesivos ni ningún otro sistema de fijación. La única frivolidad que se perminten es la de ofrecer piezas de diferentes colores.

Si miráis en Internet encontraréis muchos ejemplos de construcciones faraónicas hechas con Kapla: puentes, edificios, ciudades, monumentos conocidos, etc. Algunos vídeos muestran construcciones hechas sólo para tumbarlas como un enorme domino. La mayor parte de estas estructuras siguen unos patrones más o menos complejos, calculados para lograr el equilibrio.

Hace casi dos años que tenemos piezas de estas en casa y hemos ido haciendo algunas construcciones. Hasta ahora, las más notables seguían unos patrones, inventados en algunos casos o copiados de algún modelo en otros. Os pondré un par de ejemplos:


En ambos casos, cada pieza tiene un lugar previsible, en función del que tienen las otras, y está más o menos pensado dónde debe ir cada una. En definitiva, como decía, seguían una lógica, un patrón. Para estas construcciones se necesita paciencia y una cierta (o mucha) planificación. Una vez hechas, son mucho más sólidas de lo que pueda parecer al empezar a montarlas.

Pero el otro día empecé a montar una y mi compañero no tenía suficiente edad para tener la paciencia de seguir un patrón. Así que lo que nos salió era algo diferente a lo que habíamos hecho hasta ahora:


Sencillamente, empezamos a poner piezas, siguiendo unas mínimas reglas, como era que las piezas estuvieran todas en la misma posición, para evitar inclinaciones. Teníamos que ir con cuidado para que la parte central fuera lo suficientemente potente como para que no se perdiera el equilibrio, pero todo esto descansaba sólo en dos piezas en cuña. Era un caos. Cada pieza ocupaba la posición que le apetecía, pero contribuía. Cuando lo mirabas desde arriba, no le veías la lógica. No habríamos sido capaces de reproducirlo, por muchas fotos que le hubiéramos hecho, pero, ¿qué sentido tendría reproducir algo así? Cada construcción de este tipo que hagas, será única. Podrás hacer otra similar vista en conjunto, pero en su interior, en las relaciones entre las piezas, será completamente diferente. Una estructura así no es óptima. Con las mismas piezas "bien puestas", o sea, siguiendo un patrón bien estudiado, podríamos llegar hasta el techo.

Sin embargo, me encantó. Era como ir acompañando las piezas al lugar donde ellas les apetecía estar. Era una complicación muy sencilla. Cada pieza "iba a su bola" y, al mismo tiempo, construía la torre junto con las vecinas.

Al día siguiente, el experimento se complicó un poco, pero el sistema de construcción fue el mismo, sólo que partía de dos bases en lugar de una:


Como en el día anterior, cada una de las dos patas se aguantaba sólo en una cuña de dos piezas. A partir de aquí, las dos patas del puente iban haciéndose gruesas, hasta llegar a tocarse y a confundirse. No se sabía en qué piso se encontrarían, sólo era cuestión de ir poniendo piezas, manteniendo la vertical de la base suficientemente nutrida para que no se tumbara.

Una vez se encontraron las dos ramas, la parte del medio era lo suficientemente fuerte como para comenzar a crecer hacia los lados. Así, los últimos pisos ya caían totalmente fuera de la vertical de las bases, pero entre las dos podían soportar el cuerpo sin problemas.


Como en el día anterior, se podía repetir una estructura con la misma filosofía, pero nunca la volverías a hacer igual. Y si te quedaba alguna duda, sólo tenías que mirar el detalle. Entonces veías que había piezas bien asentadas y otras, en cambio, estaban cogidas justo por una punta. Pero unas se cubrían a otras y terminaban aguantando.

Supongo que ya habréis notado que me quedé enamorado de este nuevo sistema de montaje. Y me empezaron a venir a la cabeza toda una serie de analogías. En el momento de ponerlas por escrito, veo que tienen sus lapsus, que quizá están cogidas por los pelos pero, si tenéis en cuenta estas prevenciones, os citaré algunas.

Para empezar, un niño pequeño no es capaz de construir un puente como el primero, pero sí que puede hacer uno como el segundo. A veces, no logramos hacer cosas perfectas, pero sí que está a nuestro alcance hacer otras que no son tan óptimas. Y seguramente aprenderemos mucho más haciendo las imperfectas, que esperando a saber hacer las perfectas.

En estas construcciones, algo importante es que el núcleo esté bien repleto de piezas. Si es así, nos podemos permitir que en un determinado piso algunas piezas vayan hacia fuera. Alguna vez estas piezas más exteriores caen pero, si la torre es fuerte en medio, aguanta y puedes seguirla construyendo. Cuando construimos algo debemos tener claro qué es central, qué es lo que necesitamos de verdad, y reforzarlo. Es más, en la parte central no sobran los recambios, las redundancias. Es mejor que sobre antes que quedarnos cortos, porque estos "sobrantes" nos pueden sacar de una situación difícil, si nos han fallado las previsiones.

Las piezas deben ir coordinadas: todas en la misma posición. Pero cada una encuentra la manera que le va mejor para hacer su función. Cada una la hace según un criterio diferente, siempre enfocada al objetivo de hacer la torre. No es necesario que todos nos rijamos por unos patrones establecidos. Si lo hacemos así nos perdemos la riqueza de esta diversidad y la belleza de un entramado sin sentido aparente, pero que soporta la torre. Si todos los individuos saben cuál es el objetivo, cada uno puede contribuir a su manera, diferente de la de los demás.

Pero quizá la conclusión más impactante es que, aunque los patrones nos llevan muy lejos y nos hacen construir cosas útiles y bellas, estamos aquí gracias al azar, a un juego de prueba y error de la naturaleza. En realidad, nosotros no respondemos a un patrón. Somos únicos, aunque nos parecemos entre nosotros. No queramos domesticarlo todo, dejemos que el azar haga de las suyas y nos enseñe nuevos caminos.

domingo, 27 de enero de 2013

¡A la cárcel!

Traducción de A la presó!

"¡Todos estos deberían ir a la cárcel!" ¿Verdad que la habéis oído a menudo esta frase? Es muy posible que últimamente aún más. Vemos a nuestro alrededor toda una serie de individuos que se están aprovechando de una red de impunidad que han ido creado y siguen ordeñando la vaca del erario público sin ningún tipo de rubor. Hay políticos corruptos, banqueros como mínimo incompetentes que han provocado agujeros que debemos tapar entre todos, etc. A todos estos dan ganas de meterlos en la cárcel.

Lo que hay que preguntarse es porqué los queremos en la cárcel y, para ello, hay que ver cuál es su fucnión. En mi opinión, un sistema penitenciario puede servir para castigar, disuadir, prevenir y rehabilitar. El primero de estos objetivos es el que menos claro veo de todos. El hecho de poner a alguien en prisión para castigarle no es más que alimentar un espíritu de revancha que, lo más seguro, es que no nos lleve a ninguna parte. O como mínimo a ninguna parte saludable. No me he encontrado personalmente en esta situación, pero a menudo aparecen testimonios de gente que ha superado pérdidas importantes cuando ha logrado dejar a un lado el rencor contra los que las han provocado. Además, si la finalidad es la esta, podemos caer en la lógica de que cuanto más duro sea el régimen penitenciario más castigo supondrá.

Estrechamente ligado al objetivo anterior está el de disuadir. La prisión es un castigo, pero no pesa tanto el hecho de la revancha como el de que su existencia actúe como freno de ciertas conductas, bajo la amenaza de este castigo. Es el argumento que suelen esgrimir los defensores de la pena de muerte como freno de los actos criminales o de los ejércitos como freno para las guerras. Es discutible, pero está claro que el hecho de que te puedan privar de la libertad te puede hacer recapacitar antes de cometer un acto delictivo.

Otra función clara es la de impedir la repetición de los delitos, manteniendo bajo vigilancia a quién los han cometido. Este objetivo es especialmente importante en el caso de actos violentos, que se pueden repetir y provocar más víctimas.

Finalmente, el más loable de los objetivos es el de aprovechar este período de castigo y vigilancia para dar al delincuente la oportunidad de comenzar una nueva vida al salir de la cárcel. Por un lado, cuando el recluso vive en una situación de marginalidad, el solo hecho de separarlo del entorno que lo ha empujado a delinquir ya le puede hacer ver las cosas de otra manera. Si además se le puede formar en algunas habilidades u oficios que le ayuden a salir de esta marginalidad cuando termine la condena, favoreceremos que no tenga que volver a pasar por la cárcel. Para conseguir este objetivo las cárceles no deben ser un castigo, sencillamente deben limitar la libertad de los reclusos.

Según este último esquema, es una aberración poner en prisión a gente que cometió un crimen hace seis años por problemas con la droga y que por fin a ha logrado rehabilitarse. Es razonable mantenerlo vigilado y pedirle que acceda a un seguimiento, pero no desmontarle otra vez la vida para que cumpla un castigo, una revancha que le puede llevar de nuevo al punto del que había conseguido salir.

Dicho todo esto, vamos a ver qué hay que hacer con una persona que se ha aprovechado de su posición para agenciarse dinero público, o que ha tenido una gestión nefasta en una gran empresa o banco, que le ha servido para enriquecerse y que después debemos resarcir entre todos. Las razones para ponerlo en prisión pueden ser varias: por igualdad con otra gente que comete delitos y va a parar allí, para castigarle por lo que ha hecho, para que otros como él se lo piensen dos veces antes de hacerlo... Básicamente para evitar agravios y como castigo y disuasión. Porque me parece claro que a este tipo de delincuentes no les han faltado recursos que les pueda aportar la prisión de cara a rehabilitarse. Tampoco la vigilancia es un motivo importante, porque seguramente tendrán una red que les permitirá seguir moviendo los hilos que les han hecho ricos.

Personalmente, no estoy en contra de que vayan a la cárcel, más allá de que me fastidia mantenerlos. Lo que considero esencial es que devuelvan lo que han robado. Que se habiliten los mecanismos para que el dinero procedente de la corrupción no pueda quedar protegido por el hecho de que se haya puesto a nombre de otras personas. Y, sobre todo, que no puedan volver a gestionar dinero público. Esta sería realmente la vigilancia que se les debería aplicar. Y cuando digo dinero público, incluyo todas las grandes empresas privadas que, si se van al traste tendremos que correr todos a rescatarlas, porque ya basta de esta tomadura de pelo. A mí no me consolará que a esta persona la castiguen por lo que ha hecho, sino que lo que quiero es que se le impida volver a hacerlo.

sábado, 19 de enero de 2013

Optimizando recursos

Traducción de Optimitzant recursos

Este jueves aparecía en La Vanguardia un artículo de Xavier Sala i Martí donde proponía tecnificar la administración para ahorrar dinero. En él apunta una serie de propuestas ambiguas, sin llegar a entrar en detalle. La verdad es que no le puedo criticar este aspecto, porque yo también lo hago algunas veces desde este espacio, pero el hecho de que lo esté diciendo en calidad de experto, le da una autoridad y un eco que creo que le tendría que hacer ser más riguroso.

La primera de las soluciones es aplicar el cloud computing, poniendo por ejemplo las empresas privadas. Si no lo entiendo mal, la propuesta es que los empleados públicos no estén organizados por ministerios, sino que formen un gran cuerpo de "superexpertos independientes" (otra vez los expertos) que dan servicio a todos los ministerios. La ventaja vendría dada por el hecho de que, al poder ver todos sus trabajos, ya no se duplicarían y ahorraríamos millones de euros. Hasta donde yo sé, las nubes informáticas lo que hacen es facilitar la movilidad de la gente y su independencia de los dispositivos, ya que se sincroniza la información en todos los que utiliza un mismo usuario. Esto no tiene nada que ver con el hecho de que se centralicen servicios, como por ejemplo los informáticos, algo que ya se hace hoy en día en la mayoría de administraciones. Lo que encuentro esotérico es que hable de reaprovechamiento de trabajos por estar en la nube, evitando duplicar proyectos. O sea, que cogeríamos una aplicación para gestionar la expedición del DNI del ministerio de interior y la podríamos usar para gestionar el proceso de matriculación de alumnos del ministerio de educación o el control de la velocidad variable de los accesos a las ciudades del ministerio de fomento. Francamente, no lo veo, pero si con esto nos ahorramos millones de euros...

La segunda perla es la de que los servicios públicos con problemas de congestión no se deben financiar con impuestos, sino con el cobro directo a los usuarios. Según el artículo, el problema de esto es que los peajes son incómodos y que pueden crear colas y aporta la tecnología como solución para la recaudación. Yo pensaba que el problema de los peajes era que no suponían lo mismo para dos personas que tengan un poder adquisitivo diferente. El debate, pues, no es si el peaje debe ser vía GPS o vía las barreras actuales, sino si queremos que las carreteras sean un servicio público o las dejamos directamente en manos privadas.

También hace una incursión en el sistema penitenciario: propone reducir el número de reclusos no peligrosos a base de tenerlos controlados por vía electrónica, reduciendo gasto penitenciaria. Bueno, otra vez creo que el problema no es ese, sino definir cuál es el objetivo del sistema penitenciario, pero de eso quería hablar con más calma en otra entrada.

Acto seguido, viene un punto oscuro en que propone la psicología conductual (que nos indica que hay que poner los chicles al lado de la caja en los supermercados) como técnica para tratar la evasión fiscal. No lo acabo de ver. Supongo que cambiando el color de las declaraciones de renta en algunos apartados específicos, o impregnándolas de olor a billete de banco, podremos evitar que la gente defraude. Y qué tal perseguir el fraude realmente, dotando de más recursos humanos a Hacienda?

Finalmente, hace un vuelo rasante por la sanidad y la educación, hablando de telemedicina y de tecnología a la educación. No entra en detalles, pero menciona otro artículo suyo en el tema de la educación, que he leído, y con el que estoy de acuerdo cuando habla de potenciar la creatividad y el espíritu crítico. Pero en cuanto al tema que nos ocupa, la propuesta sigue siendo cambiar el trato directo con maestros humanos por un acceso tecnológico a los mayores especialistas en educación. Supongo que la telemedicina sería un caso análogo pero en el terreno sanitario, sustituyendo médicos por aplicaciones telemáticas.

La conclusión a la que llega es que hay optimizar la productividad y la eficiencia, tal y como hace el sector privado. Y por eso propone gastar más en tecnología y menos en funcionarios, que parece que lo único que quieren es tener una fuente segura de ingresos. Acaba diciendo que el estado debe estar al servicio de los ciudadanos y no al de los funcionarios.

Supongo que ya os habéis dado cuenta de que no comparto sus criterios. Más allá de que encuentro el artículo demagógico porque algunas soluciones son confusas y confunden (como la del cloud computing), su solución es gastar más en tecnología y menos en gente. Esto implica dar al sector privado el dinero que ahora están ocupando a un gran grupo de personas. Implica aplicar al sector público los criterios de productividad económica del sector privado. Implica ver el estado como un negocio, convertirlo en Gobierno S.A. Supongo que le iría bien que cotizara en bolsa y que se contrataran los mejores expertos de cada campo a nivel mundial, para que nos dijeran qué hacer en cada ámbito de nuestra vida. Así, incluso nos podríamos terminar ahorrando millones de euros en estériles elecciones.

Por mi parte creo que, si algo nos sobra hoy en día, es capital humano y grandes empresas dispuestas a controlarnos la vida. Y si de algo vamos escasos, es del sentido común que pueden aportar las personas que están cercanas a los problemas. Soy un fan de la tecnología cuando es una herramienta, pero el criterio lo debe seguir teniendo la gente, y los valores que deben regir el estado no pueden basarse la rentabilidad (como tampoco deberían hacerlo las empresas, según los defensores de la economía del bien común). No quiero un médico en paro sustituido por una aplicación a la nube que me ausculte con un periférico del móvil, envíe los datos a Houston y me devuelva una receta para mensajería electrónica. No quiero que mis hijos aprendan matemáticas con una consola en casa, mientras tengo maestros con ganas de enseñar que están en paro porque son muy "caros". Incluso prefiero que mi dinero se derroche en un funcionario que hace un café de vez en cuando, antes de que vaya a parar a los bolsillos de los accionistas de una gran multinacional de las comunicaciones, que dará cuatro duros a sus empleados y los presionará, hasta el suicidio en algunos casos, por no haber conseguido unos objetivos de producción imposibles.

En definitiva, no quiero optimizar los recursos destinados a contratar personas para poderlos derrochar en industrias que están aumentando las injusticias y destrozando el planeta.

domingo, 13 de enero de 2013

La expertcialización

Traducción de l'expertzialització

Ya he terminado de leer el libro El Cisne Negro. No se puede decir que esté de acuerdo con todo lo que dice, pero creo que es interesante leerlo y pensar sobre lo que plantea. A pesar de que muchos de los ejemplos que pone versan sobre la economía, para mí es más bien un libro de filosofía. En esta entrada quiero tratar uno de los aspectos que van apareciendo en el libro, aunque no es el principal: el papel de los expertos en un mundo especializado.

No se trata de un tema nuevo. Cuando iba a la universidad ya nos planteábamos el tema de la especialización, ya que, dada la amplitud de los conocimientos de que se dispone en la actualidad, resulta imposible profundizar en muchas disciplinas diferentes, ser como los sabios del Renacimiento. Entonces se solía plantear como un dilema entre saber poco de mucho o saber mucho de poco. Parece que el marcador se va decantando hacia la especialización, cada vez más.

Y como resultado de la especialización, se ha ido acentuando el papel de los expertos. Sobre el papel que deben desempeñar en nuestra sociedad hace menos tiempo que he empezado a dar vueltas, pero últimamente he ido viendo algunas referencias. Seguramente habrá más momentos que haya oído poner en duda el papel actual de los expertos, pero ahora mismo me vienen a la memoria algunos recientes. Uno de ellos es el final del documental Inside job, en el que dicen que los expertos en economía nos querrán hacer creer que todo es muy complicado, pero que en realidad no lo es tanto, que se trata de una cortina de humo para forzar las políticas que les interesan. También, en la entrevista que le hizo Jaume Barberà a Teresa Forcades en Singulars, ella sostenía que el papel de los expertos era analizar las situaciones pero que la decisión de los temas que nos afectan a todos no las pueden tomar los expertos por el hecho de serlo, saltándose cualquier control democrático. En este sentido se declaraba en contra de que la política económica la marcaran únicamente especialistas en economía, tecnócratas al fin y al cabo.

Poco a poco me voy convenciendo de que no podemos creer lo que nos diga un experto sin cuestionarlo. Uno de los motivos es que muchos de los expertos actuales se han especializado tanto que han perdido la perspectiva. En el libro El Cisne Negro, el autor comentaba que había encontrado más resistencia a sus ideas en gente que trabajaba constantemente con probabilidad y predicciones, que con gente de la calle no "viciada". Está claro que podría ser debido a que no tuviera razón, pero yo me he encontrado muchas veces en que la solución a los problemas viene dada cuando conseguimos partir de cero, resituarlo desde el principio, cuestionar lo que damos por hecho.

Los expertos pueden saber mucho del tema en el que se han especializado, pero tiendo a desconfiar de los que no son capaces de explicarlo a los que son profanos en la materia. Por ejemplo, un buen médico podría no ser el que te dice únicamente lo que tienes que hacer para curarte, aunque acierte, sino el que te da explicaciones de lo que cree que te está pasando, que te da los motivos por los que lo cree y que te propone la solución que considera más adecuada, contándote las alternativas. De la misma manera, no hay una única política económica a seguir, aunque nos estén insistiendo constantemente por parte de los estamentos políticos que nos gobiernan. También sería bueno cuestionar al técnico que viene a arreglar la tele, y al informático que nos desarrolla un programa que hemos pedido.

Con esto no quiero decir que debamos rehacer todos los cálculos que haya hecho un experto, pero este debe ser capaz de elevarse por encima de su pozo de especialización y mirar su trabajo desde nuestro punto de vista, de forma que nos haga partícipes de sus conclusiones y podamos discutir los criterios. Esto quiere también un esfuerzo por nuestra parte. Implica rechazar esa creencia de que nosotros no lo entenderemos porque no sabemos. No llegaremos al mismo grado de profundidad que el experto, pero los criterios y las bases sobre las que se están tomando determinadas decisiones sí nos son asequibles.

Debemos aprovechar que estamos en un momento de la historia en el que tenemos una masa social muy amplia que ha tenido acceso a la educación y que tiene mucha información al alcance, aunque a veces se disimule tan bien.

jueves, 10 de enero de 2013

Tarifas planas, segundo intento

Traducción de Tarifes planes, segon intent

En la entrada anterior parece que me lié un poco. Una amable lectora me hizo el siguiente comentario:

Yo sí creo que las cosas tienen un valor más allá del que marcan los mercados financieros, y esto me parece igual de válido para un piso como para un tornillo. No sé si lo entiendo bien, pero me parece un poco contradictorio el modo en el que lo planteas... En el caso de los pisos parece que das a entender que la gente los sobrevalora porque les cuesta mucho pagarlos y por eso se resiste a venderlos aunque su valor de mercado haya bajado... Si los pisos han bajado de precio, valen lo que dicta el mercado y no más, de manera que hay que dejar atrás sentimentalismos a la hora de tomar decisiones sobre su posible venta, olvidarnos del esfuerzo que hemos invertido en ellos o del vínculo afectivo, etc. Sin embargo, en el caso de un tornillo, tu valoración sí está llena de sentimentalismo y dices que los despilfarramos porque su valor de mercado es bajo, pero en realidad cuestan mucho más (supongo que porque existe un coste ecológico o porque una persona ha invertido su esfuerzo y no se le ha pagado debidamente, y todo esto no se refleja en su valor de mercado). Pero bueno, ¿en qué quedamos? Si mandan los mercados, estos deberían mandar tanto para los tornillos como para los pisos... Si por otra parte aceptamos el valor del esfuerzo o de otros factores que no son meramente financieros, entonces deberíamos aceptarlos como válidos a la hora de tomar nuestras decisiones... Quizá estoy simplificándolo todo demasiado y probablemente no sea así lo que promueve el libro, pero yo sí reivindico otros factores que no sean los puramente económicos a la hora de decidir el valor de algo, tanto para los pisos como para los tornillos. Otra cosa es que con los actuales juegos financieros el valor de las cosas esté totalmente distorsionado, en eso estoy de acuerdo, pero si piensas que es lícito valorar un tornillo por encima de lo que marca el mercado, también debería serlo hacerlo con un piso, ¿no?

Releyendo la entrada veo que me preocupé más que seguir el proceso de mis pensamientos que clarificar las ideas que quería transmitir, así que haré un segundo intento.

El desencadenante de la entrada fue la cuestión de si lo invertido hasta el momento en una empresa (entendida en un sentido amplio, no sólo mercantil) nos ha de influir en las decisiones a tomar sobre ella. Aquí, cuando hablo de inversión no tiene porque ser económica. Puede ser una inversión de tiempo o de esfuerzo intelectual o emocional. Para equilibrar el ejemplo crematístico del piso pondré otros en los que la inversión no sea económica. ¿Hay que seguir con una pareja en la que no se ve futuro y cuya relación nos es contraproducente, por el hecho de haber puesto mucho amor en el pasado? ¿Hay que seguir en una asociación de la que fuiste miembro fundacional, pero la orientación de la cual ha cambiado y ahora no te identificas con ella? ¿Hay que seguir en un trabajo que nos ha dado muy buenos momentos si vemos que ya no se corresponde con nuestras expectativas? Para mí, en todos los casos la respuesta es no. De hecho, es posible que la mejor manera de conservar un pasado gratificante es saber detenerse a tiempo, antes de que la situación se deteriore y nos robe incluso los buenos recuerdos. Como diría Rick en Casablanca, "Tienes que tomar ese avión avión, porque sino lo sentirás ..." y esta es la manera de conseguir que "siempre quede París".

Todo lo anterior lo sigo suscribiendo pero, pensando en la conversación una vez terminada, me di cuenta que el hecho de valorar las cosas en función de lo que nos han costado, en lugar de su valor actual es un problema en los dos sentidos: supravaloramos lo nos ha costado mucho e infravaloramos lo que se nos regala o se nos vende barato. Ciertamente escogí un ejemplo poco afortunado con los tornillos de la ferretería. Pensemos mejor en el precio del papel, o de unas bolsas de plástico, que incluye los costes de fabricar, pero no los costes de regenerar los árboles (en el caso del papel), o de la futura (o no tanto) escasez de petróleo (en el caso de las bolsas de plástico). En estos casos estamos teniendo en cuenta el coste pasado y no su valor actual según las previsiones de futuro.

El caso de las tarifas planas es similar, aunque no igual. Nosotros estamos pagando tanto si usamos o no el servicio, por lo tanto no somos conscientes del coste real, como en el caso del papel o del plástico. Pero las tarifas planas tienen el efecto perverso de que, cuanto más gastas, más barato te sale lo que obtienes. Así, están promoviendo un consumo irresponsable, en lugar de una valoración adecuada de los recursos que tenemos. El efecto del despilfarro no es consecuencia de que el consumidor se base en lo que ha invertido en el pasado para valorar un recurso determinado, pero la asignación de un precio arbitrario, no relacionado directamente con los costes del artículo nos despista a la hora de darle un valor. Es en este sentido en el que está relacionado con nuestra tendencia a valorar las cosas por lo que nos han costado, y no por su valor actual o en función de las previsiones que podamos tener de cara al futuro.

Y al dar vueltas sobre todo esto me ocurrió una explicación, que creo plausible, de esta característica humana consistente en valorar lo que tenemos en función del coste que nos ha supuesto, en lugar del valor actual o de lo que nos costará volverlo a obtener. La idea era que en unas sociedades primitivas, menos cambiantes que las actuales y de dimensiones mucho más pequeñas, la medida de lo que había costado algo era una buena aproximación de lo que costaría obtenerlo de nuevo. En una sociedad primitiva, los costes pasados debían ser mucho más claros para todos, ya que no había el grado de especialización actual. Era en este sentido en el que decía que todo el mundo había hecho una flecha, o habría visto hacer alguna y, en consecuencia, sabía lo que costaba hacerlas. En general, los recursos que normalmente eran abundantes, lo seguían siendo, y los que eran escasos, o iban alternando, estaban bien identificados. Los bosques no desaparecían de golpe, por ejemplo, pero se sabía que la disponibilidad del agua podía cambiar en función de las lluvias o la sequía.

No sé si lo habré dejado más claro o lo habré liado más. Tengo claro que la conjetura sobre el origen de esta característica nuestra no tiene ningún fundamento científico, ni está contrastada por hechos experimentales. Tan sólo quería proponer un ángulo diferente del que para mí era el evidente, que es la finalidad de muchas de las entradas que escribo.

miércoles, 2 de enero de 2013

Tarifas planas

Traducción de Tarifes planes

Ayer, en una sobremesa larga, estábamos comentando un libro que estoy leyendo titulado El cisne negro, que trata sobre el impacto de los sucesos altamente improbables. En un momento dado apareció una controversia sobre cómo nos debe afectar el pasado en la toma de decisiones. Yo no he llegado todavía a ese punto, pero parece que el autor del libro plantea, por ejemplo, que no hay que dejarse influir por lo que llevamos invertido en un determinado proyecto en el momento de decidir si hay que continuar con él o no. Según él, la decisión debería ser tomada en función del presente y el futuro únicamente, independientemente de si ya hemos invertido 10 o 100.

Con las precauciones necesarias por no haber leído de primera mano lo que dice el autor, yo apoyaba esta tesis. Y salía el ejemplo del planteamiento sobre si era conveniente venderse el piso o no en un determinado momento. Yo sostenía que la decisión no debía verse afectada por el dinero que se llevara invertido en el piso hasta el momento, sino por el valor presente y las previsiones futuras. Lo que se ha pagado es lo que se ha pagado y sin embargo lo que vale es lo que vale, independientemente de lo que se ha pagado hasta el momento.

Opuesta a esta postura salía la de que no nos podemos abstraer a los esfuerzos que nos ha costado llegar a donde estamos. Y hay que reconocer que, de alguna manera, es un factor que tenemos en cuenta de manera inconsciente. Tenemos la sensación de que vender algo que nos ha costado mucho conseguir representa una pérdida mucho más importante que deshacernos de exactamente lo mismo si es algo que nos han regalado. Como se trata de una sensación, y creo que la tenemos en general, no discutiré que exista. Otra cosa es que considero que no es una buena consejera.

Pero el reflexionar sobre ello me ha llevado a pensar en el porqué de tener esa sensación. Y creo que es el mismo problema que las tarifas planas, sobre el que ya hice un comentario en la entrada sobre la deuda y la austeridad. En esa entrada, de hecho, estaba reconociendo que nuestra estructura mental nos lleva a desperdiciar lo que no nos ha costado obtener. Seguramente usaremos cuatro bolsas para tirar la basura más fácilmente si nos las han regalado en el supermercado que si las hemos tenido que pagar al coste ecológico que tienen (que es mucho más alto que el que tienen actualmente). Damos valor a las cosas en función de lo que nos cuestan, no del valor real que tienen. Así, la única manera que parece efectiva de que valoramos lo que tenemos es que nos cueste obtenerlo.

En una sociedad primitiva, donde las herramientas se las construía cada uno o el vecino que teníamos al lado, todo el mundo era consciente de lo que costaba cada cosa. Hacer una flecha bien recta y puntiaguda costaba, pero todos lo habían hecho alguna vez o lo habían visto hacer. Ahora vamos a una ferretería y compramos un puñado de tornillos sin esfuerzo y a un precio muy bajo. Seguramente cogeremos de más "por si acaso". Hoy en día, el precio de las cosas no es un reflejo directo de lo que cuesta hacerlas sino que está distorsionado por muchos motivos, entre ellos los juegos financieros. En un mundo como éste pueden haber cosas que son importantes o costosas pero a las que no damos valor porque tienen un precio muy bajo.

Y este problema viene a ser el mismo que el que planteaba al principio. Las tarifas planas nos hacen infravalorar lo que tenemos. Si algo nos viene dado sin esfuerzo nos parece que lo podremos volver a obtener sin problemas, mientras que si algo nos ha costado mucho nos parece valioso, aunque en realidad puede no serlo demasiado. O podía haberlo sido y ya no serlo. En este sentido, aferrarnos al esfuerzo invertido en el pasado puede ser una trampa con consecuencias desastrosas.

Y la verdad es que esto no es nuevo. La primera tarifa plana fracasó hace ya muchos años, cuando a Adán y Eva los echaron del paraíso y los condenaron a ganarse el pan con el sudor de su frente, a ver si con el esfuerzo invertido aprendían a darle el valor correcto.